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Asesinato de Quiroga 1923
Pedro Figari
Oleo sobre cartón. 50 x 70 cm
Colección MNAV. En préstamo Museo Figari
Para la elección de este tema de carácter histórico deben haber compulsado diferentes intereses en Pedro Figari, todos ellos dignos de tener en cuenta. No cabe duda que el motivo del asesinato cruento ofrecía para el pintor una oportunidad de abordarlo desde su vocación de criminalista, una perspectiva trágico-épica podríamos afirmar, que le era muy cara. Al punto que, al final de su vida, había ordenado su producción pictórica en series reservando una para los Crímenes.
Por otra parte, desde el punto de vista compositivo y simbólico, Figari siempre tuvo una inclinación por la pintura de carros. En las numerosas variantes de diligencias, volantas, cupés, carretas (Quitanderas), carruajes (A visitar al gobernador), etc. le servían como indicadores de un tiempo pretérito cargado de nostálgicos recuerdos, un tiempo de otras velocidades mentales y anímicas, en donde la geometría de la rueda y del carro techado, con una simbología similar a la casa rodante, juega también su valor expresivo. Las líneas rectas de la carcasa y los círculos contrastan con el paisaje siempre irregular de la vegetación y los cielos, ofreciendo un contrapunto de precaria civilidad al entorno pampeano.
En el Asesinato de Quiroga, la diligencia se sume en el entrevero de la emboscada y el “ruido” de los caballos –el pintor no define claramente los contornos para suscitar esa idea de lucha y confusión– , quedando a merced de jinetes, espadas y lanzas. El cuerpo de Quiroga yace como un blando despojo bajo las ruedas y un cielo de tintes dramáticos –lilas, violetas y blancos– gana la escena. Envaina el sicario el arma asesina a sus espaldas, y si bien ese gesto dista de la precisión histórica, es como el resumido signo de la traición inesperada.
Con la elección del drama histórico –que se anticipa a la de su amigo Jorge Luis Borges–, Figari rinde créditos a la valentía de Facundo Quiroga pero más a su desenlace funesto, y así va construyendo una leyenda rioplatina alejada de los grandes gestos discursivos, recordando también las derrotas y las traiciones, haciendo “foco” en el frágil entramado de las gestas heroicas.
Pablo Thiago Rocca
El juicio de Carlos Herrera Mac Lean
“En el género histórico, que trató con la ausencia de toda ampulosidad, ha abierto Figari una trayectoria inédita para la pintura de América. Hermanó las dos historias, la de Argentina y Uruguay, concibiéndolas con un carácter narrativo, llano y claro, lejos de esa bastarda grandilocuencia con que se ha desvirtuado la ilustración histórica.
Su serie de Barranca Yaro, donde trata el tema del ataque y de la muertes de Facundo Quiroga, en un enredo de paisanos, caballos y diligencia, constituye una de las partes más valiosas de su obra.”
Carlos Herrera Mac Lean. Pedro Figari, Ed. Poseidón, Buenos Aires, 1943.
La historia
Juan Facundo Quiroga, (San Antonio, La Rioja, Intendencia de Córdoba del Tucumán, Virreinato del Río de la Plata, 27 de noviembre de 1788 – Barranca Yaco, Córdoba, Argentina, 16 de febrero de 1835) fue un caudillo argentino de la primera mitad del siglo XIX, partidario de un gobierno federal durante las guerras intestinas en su país, posteriores a la declaración de la independencia.
“Iniciado su camino de regreso a principios del año siguiente (1835), tuvo nuevos avisos sobre que había planes para asesinarlo. Pero tal vez tenía más miedo a pasar por cobarde que a la muerte. El 16 de febrero de 1835, una partida al mando del capitán de milicias cordobés Santos Pérez emboscó su carruaje en los breñales de un lugar solitario llamado Barranca Yaco, en el norte de la provincia de Córdoba. Quiroga se asomó con tono envalentonado (algo que le había dado buen resultado en las batallas) por la ventana de la galera exclamando «¿Quién manda a esta partida?» siendo -como toda respuesta- muerto de un tiro en un ojo por Santos Pérez. Su cuerpo fue luego tajeado y lanceado, y todos los demás miembros de la comitiva fueron asesinados también. Entre ellos se contaba su secretario, el exgobernador de la provincia de San Luis, José Santos Ortiz y un niño.”
https://es.wikipedia.org/wiki/Facundo_Quiroga
El General Quiroga va en coche al muere.
El madrejón desnudo ya sin una sed de agua
y la luna torrando por el frío del alba
y el campo muerto de hambre, pobre como una araña.
El coche se hamacaba rezongando la altura;
un galerón enfático, enorme, funerario.
Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura
arrastraban seis miedos y un valor desvelado.
Junto a los postillones jineteaba un moreno.
Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda!
El General Quiroga quiso entrar en la sombra
llevando seis o siete degollados de escolta.
Esa cordobesada bochinchera y ladina
(meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma?
Aquí estoy afianzado y metido en la vida
como la estaca pampa bien clavada en la pampa.
Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
no he de soltar la vida por estos pedregales.
¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?
Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco
sables a filo y punta menudearon sobre él;
muerte, de mala muerte se lo llevó al riojano
y una de puñaladas lo mató a Juan Manuel.
Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma,
se presentó al infierno que Dios le había marcado,
y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,
las ánimas en pena de hombres y de caballos.
(Jorge Luis Borges.Luna de enfrente, 1925).