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82° aniversario de su muerte
Esta imagen se presentó en los medios periodísticos de la época como la última foto de Pedro Figari. En realidad, existen también otros registros de ese día de julio de 1938, cuando la inauguración de una muestra en Buenos Aires.
Recogemos ahora los testimonios de su hijo menor, Pedro Figari Castro, y de su esposa Lucila Lussich, que fueron entrevistados por el diario La Mañana en 1978, cuando se cumplían los 40 años del fallecimiento del artista.
Por ellos sabemos que desde fines de 1937 Pedro Figari vivía en la casa de su hijo en Montevideo, en la avenida Bulevar España 2731 –al lado de la actual Embajada de Rusia – , con su nuera y la pequeña nieta de apenas un año, de nombre Lucila, como la madre.
En estos días que se cumple el octogésimo segundo aniversario de su muerte, recordamos a don Pedro en el relato preciso que nos dejó el hijo. A juzgar por su testimonio fueran muy felices las últimas horas del pintor, esas que coronaron una larga y fructífera existencia.
“En julio de 1938 lo invitaron a exponer en Amigos del Arte –continúa Lucila Lussich–; las últimas exposiciones allí, no habrían resultado muy exitosas, y se temía darle un disgusto a esa altura de la vida del señor. El 29 de junio nos trasladamos a Buenos Aires. El primer día de la exposición vendieron 8 de sus obras.”
“Él me pasó una mano por los hombros –cuenta Pedro Figari (h)–, y me dijo en broma: «estamos salvados, Pedrito».”
“El 21 de julio volvimos a Montevideo –continúa–, y nos encontramos con una invitación para exponer en Nueva York. Esa semana se fue en proyectos. Él estaba realmente feliz, como lo había visto solamente antes de la muerte de Juan Carlos. El sábado 23 de julio estaba acatarrado. Tenía la costumbre de armarse sus propios cigarrillos. Los finitos. Ese día hubo que llamar al doctor Rubino, el que le recetó una inyección. Continuó con los proyectos del viaje, sentado en su cama. Quería hacer un filme de su obra. Esa noche nos fuimos con Lucila al cine Doré en Bartolomé Mitre, y lo dejamos con su nieta. Cuando volvimos estaba realmente feliz.”
La conversación no toma tintes dramáticos. Continúa con un tono monocorde.
“Al otro día, era domingo, yo me iba a ir a jugar al golf. Entré muy temprano en su cuarto a buscar los palos, y pensé que estaba dormido. Caminé muy despacio para no despertarlo. De pronto presentí que algo raro estaba pasando. Me acerqué a su lecho y comprobé que estaba muerto. Era la mañana del 24 de julio de 1938.”