La pintura de Figari
Su actividad como pintor nace a una edad madura, rondando los sesenta años.
Fue primero abogado, político, filósofo y pedagogo sin que estas actividades hicieran suponer al público postrero que su obra de artista descataría tan notablemente en el horizonte de los creadores americanos.
De allí la sorpresa del medio uruguayo que no supo entender su novedosa apuesta.
Fue en Buenos Aires (1921 - 1925) y en París (1925 - 1934), ciudades ávidas de la vanguardia creadora, donde cosechó los primeros -y ya definitivos- reconocimientos.
El breve pasaje por el taller del pintor italiano Goffredo Sommavilla en sus años mozos, los viajes a Europa donde pudo visitar los grandes museos, el contacto con los pintores uruguayos en su vida profesional, fueron preparando al hombre mayor para la aventura de los pinceles.
Pedro Figari, Vieja estancia (1932), Óleo sobre cartón. 61,5 x 82 cm
No deja de sorprender, sin embargo, la valentía de la decisión y la rápida conquista de un medio expresivo original y auténtico, poderosamente evocativo.
El dominio de un universo formal y temático tan consistente y personal sentó las bases para una tradición pictórica que no fue continuada, acaso emulada por artistas menores. Con rarísimas excepciones, entre las que destaca su hijo, el pintor Juan Carlos, no hubo quienes supieran prolongar los ecos memoriosos de su paleta con igual ímpetu que su creador.
Es una pintura gestual, de mancha, movimiento y color. Pintura espontánea e integradora, que no recurre al boceto previo a lápiz ni a la imprimación (fondo blanco) y que se desata directamente del pincel con una velocidad de trazo y con una intuición colorista sorprentendes.
Su técnica es recreadora de las conquistas estilísticas del post-impresionismo pero en ningún sentido deudora a ultranza de sus recursos: “Figari pinta la memoria de memoria”, comenta con acierto el pintor Joseph Vechtas.
O como el mismo Figari afirmó: "Mi pintura no es 'una manera de hacer pintura' sino un modo de ver, de pensar, de sentir y sugerir".
Sus temas recrean las situaciones ontológicas del hombre como ser gregario: las fiestas y los bailes (candombes, bailes tradicionales de gauchos y chinas, bailes del patriciado criollo), los signos de una ritualidad incesante (el hombre de las cavernas, las corridas taurinas, el circo, crímenes pasionales, gestas bíblicas e históricas) y las escenas del campo abierto, no como paisaje sino como circunstancia humana trascendente.
Pedro Figari, La idea del crimen, Óleo s/cartón 50 x 70 cm. Sin firma.