El tango fue uno de los géneros musicales en los que Pedro Figari se basó para desarrollar su "leyenda rioplatina". No sólo se sirvió de candombes, bailes tradicionales y paisajes campestres, también incursionó en los danzas ciudadanas o suburbanas, y en los bailes de salón.
En sus pinturas el tango está asociado a la figura del "compadrito", apelativo con el que en Argentina y Uruguay se conoce a un personaje jactancioso, con cierta elegancia en el vestir y tan pronto para el galanteo como para la pelea sangrienta -a cuchillo- con la competencia varonil. Se asocia por lo mismo a los "bajos fondos". El crítico Carlos Herrera Mac Lean, quien fuera además el encargado de clasificar en lotes sus cuadros para la sucesión, colocó a los Cabarets junto con las Quitanderas, los Bailongos y las Pensiones, dentro de este categoría temática.
Sin fecha. Óleo sobre cartón. 48,5 x 68,5 cm
La versión de Cabaret que ponemos "en foco" posee elementos que nos hacen pensar en el ambiente parisino, ciudad en la que el tango haría su entrada triunfal por la época que Figari se radicara allí y pintara la mayor parte de su producción (1925-1933). Lo sugiere la libre evolución del trazo así como el tratamiento del motivo, donde una alocada figura femenina pareciera bailar sola en lo alto del local (ángulo superior derecho), en un ambiente en donde, por lo demás, reina una serena sociabilidad.
Empero, no falta la figura del compadrito recostado a la pared (ángulo inferior izquierdo) captando la atención de dos damas cercanas, y los músicos en la tarima presididos por un negro que toca el bandoneón, parecen ordenar el movimiento de la escena. De hecho, el pintor ejecuta una banda alternada de trazos ondulados entre piernas de varones y vestidos femeninos que simulan la vibración sonora característica del bandoneón, instrumento que, como se sabe, define la esencia del género musical.
Las seis notas de color verde y amarillo de las lámparas generan un rítmico contrapunto con los ocres, naranjas y morados de las paredes, en una composición jugada a la estridencia cromática de los contrarios. Toda la escena está resuelta con una gran brío y sin dilación. Y el espacio interior, donde se agrupa esa densa humanidad entre paredes, ha sido definido con tanta seguridad y limpieza de trazo, que olvidamos la simplicidad de recursos empleados.
Este cuadro perteneció a María Regidor de Figari, hija de Figari, y fue uno de los nueve que, con el mismo título de Cabaret, se exhibió en la gran muestra retrospectiva del Salón de Bellas Aretes del año 1945. Asimismo, la pintura fue presentada en "El Montevideo de Figari", exposición llevada a cabo en la ciudad de Washington en 1995. Cedida en 2010 por el Museo Histórico Nacional al Museo Figari, éste se engalana con ella para el estreno en las jornadas patrimoniales dedicados al Tango, de la pieza teatral escrita por Figari "El Cabaret de la Muerte".
Los bajos fondos.
"En su afán de tocar la vida del pueble enlazado en las danzas, cayó Figari en las escenas de bajo fondo, que trató siempre con tal calidad poética, que las limpió de toda acritud y suciedad (...) Después (de las Quitanderas) vienen sus Bailongos, en donde nace el tango arrabalero y arrastrado, marcado por la solemne tristeza de los bailarines, en un aire cargado en que la caña, humo y música tejen un velo espeso donde el macho ejerce el brutal dominio sobre su compañera. Los Cabarets, más nuevos que los bailongos donde la danza se vuelve menos ritual, y el comercio de la carne más grosero. Las Pensiones, donde la patrona negra, oronda y despótica, vigila las artimañas de sus pupilas, en las danzas incitantes. Cuarteles abigarrados y conventillos paupérrimos completan esta serie, en que el vicio se ornamenta de la luz de la danza, para hacer menos bajo el llamado crudo del instinto."
Carlos Herrera Mac Lean. Pedro Figari, Editorial Poseidón, Buenos Aires, 1943