Es una de las pinturas emblemáticas de Pedro Figari pues recoge el tema de la soledad y de la amplitud del campo como ningún otro pintor lo había hecho hasta ese momento. La pintura, de dimensiones desacostumbradas en la producción figariana, está compuesta por muy pocos elementos, pero todos ellos significativos y de una gran riqueza plástica.
El ombú, el caballo, la luna, dos pequeñas aves acurrucadas y un hilo de agua conforman este natural escenario de silencios y honduras metafísicas. Figari prescinde de la figura humana y anima a los elementos y seres vivos dejando sin pintar partes vastas del cartón: los " personajes" quedan envueltos en un mismo tono beige que surge desde el fondo del cuadro para otorgarles una luminosidad crepuscular. A partir de esta atención de Figari al valor simbólico del ombú, numerosos artistas, escritores, arquitectos y paisajistas, emprenderán una revalorización de esta especie que, al decir de Jules Superfielle, "tiene en Uruguay una importancia casi nacional."
Pedro Figari
En la pampa
Óleo sobre cartón
69 x 99 cm
Ca. 1923 – 32
Y así fue que Figari, en su honda comprensión de la vida del campo, tuvo que prestarle especial atención al caballo. Sin ensayos, dibujos, análisis previos. Figari, entregado sólo a las facultades de su viva retina, "hace" el caballo, así como la nube o el árbol, sin tanteos ni dudas (…) Son vivas, desgarbadas, crueles sus siluetas de caballos viejos y enflaquecidos (…) La verdad que Figari pone en sus caballos no todos la perciben. Mas ella, acentuada en sus perfiles, como toda verdad artística, da del caballo, en la declinación de su vida, abandonado a su soledad, o en el auge de sus andanzas, una estampa de una penetrante realidad física, enriquecida por todas las otras verdades que Figari pone en sus cuadros.
Carlos Herrera Mac Lean, Pedro Figari (1943).
En sus tres mil hectáreas no poseía más que un solo árbol, un ombú. El ombú, como el tero, tiene en Uruguay una importancia casi nacional. Igualmente se hubiese podido imprimir su imagen en los sellos postales. Es un árbol grave, a menudo enorme, con las raíces en parte aparentes: pocos hay en el mundo que tengan su significación. Crece en la soledad, como si sólo fuese para la llanura un profundo deseo de bosque, de follaje, penosamente realizado. Y es un árbol muy atareado. Por sí solo necesita dar sombra a los hombres igual que a los perros y a los caballos, ensillados o no que esperan a veces horas, con la paciencia de huesos enterrados.
Jules Supervielle, Beber de la fuente (1951)